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Toda la poesía de Américo Ochoa, hasta donde nos hemos permitido leer, circunda la región de la infancia y el mito, mediante la mágica evocación de la añoranza. Su palabra está hecha, sin temor a equivocarnos, de la gloria de lo cotidiano, esa que se vivió en el rostro de la gente que dio sentido a la palpitación de un pueblo, de los dioses perennes de la naturaleza y de las culturas precolombinas. Sus poemas serpean como vertientes olorosas a vegetación, lluvias, hojarascas, maizales, mariposas, espíritus, montañas, soles, arterias que son ríos, tormentas, flautas… cientos de impulsos vitales que moldean un mundo donde solo puede existir expansión y homenaje.
La región del madero es un poemario-barca, por decirlo de alguna manera —y permitiéndonos exigir más significados al lenguaje, que nos conduce a escenarios que son terrestres y del cosmos, porque lo que se denomina en la tierra parece completarse en la región estelar, donde todo está vinculado. El poeta es un mediador entre su pueblo y las cosas sagradas, cosas elementales, labores de gentes y recuerdos que aportan con su fuerza esa dignidad al presente. Hasta el recuerdo de un papelote reflejado en una laguna resuena en nosotros como un mensaje esperanzador.
Registramos imágenes impresionantes que rehacen el poder de denominar las cosas, como: “el mar como escenario bufón del viento azul”, “el agua esparce su lisonja con susurro”, “ahí va el venado con sus astas de relámpago púrpura”, “las mariposas conectan todo con su afecto”, “la luz revela casi todo con la brisa”, “sopla un caracol de retumbo primitivo”, “hoy doy mi reino por una infancia”, entre otras muchas.
Se trata de una poesía constituida por imágenes de una riqueza singular, una poesía que también muestra la vibración de un pueblo y de una naturaleza pródiga que se perpetúan en la memoria.
Guillermo Fernández


LA NAVE DE LOS PASOS Y LAS HUELLAS
José María Zonta
Escritor
Viajar por el espacio,
quizá un reloj de abril y una pequeña esfera.
Ángel Rodríguez Díaz
Hay pasos que no dejan huella, puedes recorrer un largo camino, desde tu enero hasta tu diciembre, volver la vista atrás, y no ver tu rastro. No porque lo haya cubierto el polvo, o removido el viento, simplemente tus pasos no se imprimieron en la ruta, no pesaron lo suficiente, no vencieron la resistencia de la superficie.
Y hay huellas que no necesitan pasos para existir, para permanecer grabadas en el suelo y en la memoria, cuando cruzas un río la corriente no se lleva tus huellas, quedan ahí, en ese fluir, como testigo de que tuviste el valor de cruzar.
Este libro es el mapa de un viaje, o es el viaje de un mapa, depende de la hora y del clima, y es un recorrido de pasos y huellas en las estrellas.
Porque si las estrellas caminan, tendrán que dejarnos huellas.
Si los personajes de “Perdidos en el espacio” hubieran leído este libro se hubieran encontrado, no digo que hubieran regresado a la Tierra, pero sí que se hubieran nacionalizado en la estela de un cometa, de esos que no descansan, como los que recorren estos poemas.
Este libro es un pequeño Universo, se dice que el Universo no tiene medida, que es infinito, pero Wilma consigue colocar uno en esta lámpara de Aladino, y el lector solo tiene que frotarlo, abrirlo, y recorrerlo, para encontrarse a sí mismo, desde hace mucho, y hacia hace mucho.
LA ESFERA DE LAS NAVEGACIONES es una nave, si el lector observa el libro verá su hélice, su telescopio, su periscopio, sus alas, su timón, el puesto de su vigía, sus remos, sus escotillas, sus velas que reciben el viento estelar que la lleva al centro del Universo.
Y sin dejar nave este libro es también un viaje.
Y sin dejar de ser viaje es también el destino, el lugar al que se llega.
El regreso corre por cuenta del lector, porque solo quien sabe hasta dónde ha llegado conoce el tiempo de volver.
Este libro es un agujero negro donde el lector viaja por el tiempo, un agujero blanco donde el alma del lector se vuelve gravitacional, y agujero amarillo donde el lector encuentra su Big Bang personal.
Como Universo que es los poemas interaccionan entre ellos usando no las leyes físicas, sino las leyes poéticas, esas de luz, agua, fuego, tierra, viento y música.
Así como la Unión Soviética tenía sus cosmonautas, Estados Unidos tenía sus astronautas, Wilma tiene sus poetanautas para despegar, viajar, orbitar, y viajar del Sol a la Luna descifrando el milagro del amanecer.
Este libro tiene su propia Ley de Gravedad: sus poemas levitan, flotan, se salen del libro, planean alrededor del lector que así los puede leer a contraluz, en cascada, como ramas.
Cada parte de este libro es una galaxia, cada palabra es un meteorito, cada verso es un cometa, y todo gira armoniosamente, como un móvil de Calder.
Así que suba usted a la nave de Wilma, abróchese el cinturón, respire aire cósmico, y viaje por un universo infinitamente de colores y destellos.
Tiene usted en sus manos un libro que en cualquier momento se le convertirá en cometa.
Buen viaje.